Se trata de un texto clandestino en el que el periodista y escritor denunció a los responsables del del golpe cívico militar de 1976. El 25 de marzo de 1977, un grupo de tareas lo acribilló e hizo desaparecer su cuerpo.
Se cumplen 45 años de la aparición de la «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar», un texto clandestino y en el que el escritor y militante montonero Rodolfo Walsh denunció a los responsables del golpe militar de 1976, en el primer aniversario de gobierno de facto, que le costara la vida.
Rodolfo Jorge Walsh nació en Choele Choel (Lamarque, Río Negro) el 9 de enero de 1927. Es reconocido como escritor pionero de la novela de noficción por su libro «Operación Masacre» y es además el autor de la «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar», distribuida el 25 de marzo de 1977, día en que un grupo de tareas de la dictadura lo acribilló e hizo desaparecer su cuerpo agonizante.
La mentada carta abierta comienza así: “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi 30 años”.
Ante la censura, en 1976 Walsh había creado Ancla (la Agencia de Noticias Clandestina), junto a otros militantes y periodistas. La agencia era una cadena informativa que emitió más de 200 cables que circulaban de mano en mano. En ese año murieron su amigo, el poeta Paco Urondo y su hija Victoria.
La carta abierta dice en el segundo párrafo: «El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades».
El autor de no ficciones narrativas como «¿Quién mató a Rosendo? cursó un par de años de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de La Plata pero dejó la carrera para trabajar. Sus otros oficios terrestres fueron el de obrero, oficinista en un frigorífico, lavacopas, vendedor de antigüedades y limpiador de ventanas, hasta que antes de ser mayor de edad comenzó a trabajar como corrector en la editorial Hachette.
En la «Carta a la junta…» Walsh no se calla y da a conocer, pormenorizadamente, las acciones clandestinas de los militares genocidas: «Quince mil desaparecidos, 10 mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror», escribe en uno de los párrafos.
Y más adelante agrega: «La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparece en los testimonios junto con la picana y el submarino, el soplete de las actualizaciones contemporáneas».
En los párrafos finales de su carta, Walsh menciona a un viejo conocido: «Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel y la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete».
La pistola 22 que dispara Walsh contra el grupo de tareas comandado por Alfredo Astiz y Jorge «Tigre» Acosta cuando es emboscado en la esquina de San Juan y Entre Ríos, en la ciudad de Buenos Aires, es mucho menos letal que las palabras que había escrito.
Se lee en los últimos párrafos: «Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados, no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las tres Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de 20 años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas».
Y finaliza: «Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles».