Katyuscia Fernandes y Jazmín Moreira comparten sus historias de vida y el trabajo de recuperación y contención que realiza la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza en Santa Fe.
En una conversación cargada de empatía y esperanza, Katyuscia Fernandes y Jazmín Moreira, miembros de la Fazenda de la Esperanza, compartieron sus experiencias de vida y el papel de esta comunidad terapéutica en la recuperación de personas afectadas por diversas adicciones y traumas. Fazenda de la Esperanza, fundada hace 41 años en Brasil, ha crecido hasta alcanzar 80 sedes en 25 países, incluyendo Argentina, donde cuenta con 11 centros, 3 de ellos exclusivos para mujeres. Katyuscia, quien decidió donar su vida a esta causa después de ver a su hijo recuperarse de una adicción, y Jazmín, una joven que superó una dura historia de abuso y adicción, relatan el proceso de recuperación y esperanza que ofrecen.
Para Katyuscia, Fazenda no es solo un espacio de recuperación; es una comunidad. “Hoy vivo junto a las chicas de Fazenda. Ellas me enseñan y, al mismo tiempo, sanan mis propias heridas,” comparte Katyuscia, quien dejó su país y a su familia en Brasil para dedicarse a este proyecto. Recordando cómo ayudó a su hijo a superar una adicción, explica: “Escuchar su dolor fue desgarrador, pero hoy soy voluntaria en Fazenda porque quiero devolver ese amor y esperanza que Dios me dio.”
Jazmín, por su parte, llegó a Fazenda tras reconocer su dependencia de las drogas, pero pronto comprendió que detrás de ese consumo había dolores profundos. “Yo creía que cuatro meses de consumo no eran nada, pero descubrí que eso era solo el final. Tenía tantas cosas que no quería afrontar. La droga era una forma de no sentir esos dolores,” relata. Después de recibir ayuda en Fazenda, ha encontrado una nueva vida. “Al cruzar la puerta, dejé las drogas afuera y, hace un año y cinco meses, estoy sobria. Ahora, el desafío es enfrentarme a mí misma,” reflexiona Jazmín.
Además de la recuperación de adicciones, Fazenda se centra en la espiritualidad y la construcción de una vida significativa, proporcionando herramientas emocionales y espirituales. Tanto Katyuscia como Jazmín subrayan la importancia de una red de apoyo y el sentido de pertenencia que ofrece la comunidad. “Nos convertimos en una familia, cada uno con su historia, pero compartimos el objetivo de sanar y apoyar a quienes lo necesitan,” explica Katyuscia.
Fazenda de la Esperanza no se limita a los residentes; también trabajan en la prevención y sensibilización, ofreciendo charlas en colegios y otras instituciones. Katyuscia cuenta que en estos encuentros pueden identificar señales de vulnerabilidad entre los jóvenes, como la evasión o el nerviosismo al hablar de ciertos temas. “Esos gestos nos indican que algo está ocurriendo y ahí es cuando buscamos ayudar,” dice con un tono maternal.
Jazmín, quien encontró sentido en la comunidad, proyecta su futuro en Fazenda, ayudando a otros. “Esto me llena, algo que no sentía antes. La vida es más importante que cualquier cosa. Quiero vivir el momento presente y que sea lo que Dios quiera,” concluye, demostrando que siempre hay posibilidades de reconstruir una vida con esperanza.
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