En 2011, unas 200 personas de 41 familias fueron refugiadas en el Polideportivo de La Tablada, en el Centro Integrador Comunitario de Facundo Zuviría y en la vieja estación del ferrocarril Mitre de la capital provincial.
Una lluvia extraordinaria de más de 260 milímetros, que precipitó en 15 horas, hizo colapsar hace 10 años el sistema de drenaje de la ciudad de Santa Fe y provocó anegamientos en decenas de barrios del norte y del oeste, pese a lo cual no se registraron víctimas y hubo un número bajo de evacuados.
El 25 de octubre de 2011, a las 17, oscureció el cielo de nuestra ciudad, que tenía muy presente la trágica crecida del río Salado de 2003, generando la lógica aprensión de sus habitantes, conocedores de la desesperante sensación de tener que abandonar sus casas y sus cosas ante el avance de las aguas.
Fueron 15 horas de lluvia, sin intermitencias, que completaron, a las 9 del día siguiente, los 266 milímetros que las autoridades municipales de ese momento exhibieron casi como un blasón, pues una marca de esa naturaleza había provocado apenas cuatro años antes unos 30 mil evacuados.
En la primavera de ese 2011, unas 200 personas de 41 familias fueron refugiadas en el Polideportivo de La Tablada, en el Centro Integrador Comunitario (CIC) de Facundo Zuviría y en la vieja estación del ferrocarril Mitre.
La mayoría provino de los barrios Los Troncos, Yapeyú, La Nueva Tablada, La Ranita, Marcos Bobbio, Nueva Pompeya, San Martín, Los Ángeles y San Lorenzo, que se anegaron con rapidez por el agua de lluvia que, a su vez, hizo colapsar los pozos negros y los vertederos de aguas servidas.
Por esa razón, la desesperación de los vecinos y vecinas no se limitó a las calles y avenidas anegadas, a los autos varados, el ingreso de agua a las viviendas, sino a una cuestión básica de salubridad por la deuda que nunca se pagó en las barriadas populares: la del sistema de cloacas, que se limita al centro y alrededores.
Desde el Estado municipal, el secretario de Obras Públicas de ese momento, Roberto Porta, graficó la realidad del paisaje que convive y es rodeado por el agua, del río Salado en el oeste y por el sistema Paraná en el este, diciendo que Santa Fe «es un plato hondo con muchos platitos adentro».
Y así como los barrios más bajos se inundaron en pocos minutos, el agua tardó en retirarse debido a las características del terreno, en algunos casos varios días.
La razón es sencilla: Santa Fe recibe un derrame desde las localidades de Monte Vera y de Recreo, y a lo que se suma un deficiente sistema de escurrimiento, que actúa como un goteo hacia reservorios llenos que luego dependen del sistema de bombeo.
De los lugares de medición que posee el municipio, la mayor marca de ese día se dio en el Jardín Botánico, en el norte de la ciudad, con 266 milímetros, en tanto en Alto Verde (extremo este) fue de 168 milímetros y en el Hospital de Niños (en el sur) fue de 146 milímetros.
En lo que no hubo acuerdo fue en la percepción de las dificultades que acarreó el temporal y su dimensión, ya que Porta señaló que se trató de «una lluvia histórica, por el volumen y por la intensidad», pero en barrio La Ranita lo desmintieron: «A esto lo padecemos cada vez que llueve», dijo una vecina.
La visión de los lugareños estaba teñida de realidad, pues eran sus casas las que, una vez liberadas del agua, tenían que vérselas con la persistente humedad, los resabios de líquidos y otras sustancias contaminantes, y las dificultades que conllevaba reponer muebles y otros objetos dañados por la crecida.
En un lugar intermedio entre el funcionario y el vecino, el meteorólogo Ignacio Cristina, de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral, explicó en ese momento que el temporal se dio por el encuentro de un frente de aire caliente proveniente del norte con uno frío del sur-sureste en un centro de baja presión.
Para Cristina, fue «una lluvia muy importante», pero en su opinión «no es atípico que un fenómeno de este tipo te genere semejante cantidad de agua».
Pasados 10 años de aquella lluvia extraordinaria algunas cosas cambiaron con la construcción de sistemas troncales de desagües y mejoras en la capacidad de bombeo hacia el río Salado, pero la memoria colectiva santafesina impide apreciar el fenómeno de la lluvia sin que en algún momento aparezca el fantasma de las inundaciones.
Sobre todo la que comenzó el 29 de abril de 2003, que dejó más de un centenar de muertos y multimillonarias pérdidas materiales, y que fue posible porque el río Salado halló en época de crecida extraordinaria un canal de ingreso a la ciudad donde, en cambio, debía haber un terraplén de defensa, que fue inaugurado pero nunca terminado.