El aniversario del deceso del gran escritor santafesino coincide con el de la aparición de su último libro de ficción, “La grande”.
Se cumplen hoy 15 años de la muerte en París (Francia) de Juan José Saer, el gran escritor santafesino, y también de la aparición de su último libro de ficción, “La grande”, inscripto en un corpus de obras que según la crítica y ensayista Beatriz Sarlo «prueba que hay una literatura argentina, después de Borges y libre del borgismo”.
A la pregunta sobre cómo escribir después de Jorge Luis Borges, que durante buena parte del siglo pasado se hicieron tanto escritores como críticos literarios, hay al menos tres respuestas posibles y contundentes para la literatura argentina: a la manera de Osvaldo Lamborghini; a la manera de Manuel Puig; y tal vez la más ambiciosa, reflexiva y programática de las tres, a la manera de Juan José Saer.
Saer nació en Serodino (provincia de Santa Fe) el 28 de junio de 1937, de padres sirios y dedicados al comercio; más tarde vivió en nuestra ciudad, donde cursó sus estudios y en Colastiné Norte. En aquellos años trabajó como periodista, como docente de cine, frecuentó círculos literarios, conoció a figuras tutelares como el poeta Juan L. Ortiz y publicó cinco libros (tres de cuentos y dos novelas), antes de aceptar una beca que en 1968 lo llevó a Francia, país donde residió hasta su muerte.
La obra saeriana
Su obra, que cautivó primero a la crítica y a los entendidos y muy lentamente, a través de las décadas, fue creando a su público, abarca 12 novelas, cinco libros de cuentos, cuatro de ensayos y uno de poemas.
La ensayista Beatriz Sarlo fue una de las primeras y más entusiastas lectoras de la obra saeriana, y le dedicó tempranos artículos que fueron fundamentales para cimentar su lugar en elpanorama de la literatura argentina.
Autora del libro “Zona Saer”, apunta en diálogo con Télam: “Con ‘El informe de Brodie’, que se publicó en 1970, Borges dio un cierre a su obra. Saer es el gran escritor de esa década y las que siguieron. En ‘El limonero real’, de 1974, funda una zona, la del litoral santafesino, y un mundo de personajes donde se mezclan isleños e intelectuales sin que los aplaste el costumbrismo regionalista, la pretensión discursiva o los procedimientos, porque todo sucede sobre un fondo de ironía, pesimista y escéptico. Su lengua, sutilmente local, busca y alcanza la poesía. La originalidad de Saer prueba que hay una literatura argentina, después de Borges y libre del borgismo”.
Después de haber publicado novelas fundamentales como “Cicatrices” (1969) y “Nadie, nada, nunca” (1980), a principios de la década del 80 su obra comienza a ser leída y estudiada, en buena medida debido a las publicaciones de tirada masiva y comercialización en puestos de diarios que hiciera Susana Zanetti en el Centro Editor de América Latina, y a los trabajos críticos de María Teresa Gramuglio y de la ya mencionada Sarlo.
El reconocimiento de los lectores, aunque Saer nunca llegara a ser un autor de masas, llegaría a fines de los ‘80 y principios de los ‘90, con libros como “Glosa” (1986), “La ocasión” (Premio Nadal en 1987 en España) y “La pesquisa” (1994).
El escritor Hernán Ronsino, autor de libros como “Glaxo”, “Lumbre” y “La descomposición”, donde pueden advertirse ciertas huellas estilísticas en la estela de Saer (las pausas y el silencio, una sintaxis y una cadencia morosas y detallistas) opina sobre su lugar en la literatura argentina: “La profunda renovación estética que hace Saer sucedió de manera secreta y poco masiva. Pero creo que si bien hoy ocupa un lugar central indiscutible en el mapa contemporáneo, hay algo de esa periferia original que seguirá interpelando constantemente; hay algo de esa lengua expandida y minuciosa a la vez que funciona como si fuera una zona enigmática de su obra, una zona futura, que siempre está por develarse”, explica.
¿Cuáles son los rasgos característicos de la obra saeriana que la hacen distinta y singular? “Una de las cosas que me parece interpelan más de la obra de Saer en esta época es su modo de trabajar el tiempo en la escritura”, opina Ronsino. “En ese sentido, se desprende también un modo de leer a Saer: que supone poner el cuerpo y hundirse en la trama espesa del lenguaje. Es decir, leer a Saer implica poner el cuerpo en un tiempo que va a contrapelo del presente”.
Cuatro años atrás, en junio de 2016, nuestra provincia llevó adelante el Año Saer, un programa que incluía disertaciones, exposiciones y publicaciones en torno al autor de libros como “El entenado”, “La mayor” y “El concepto de ficción”; y a principios de 2018 llegó a la Fundación Osde de la Ciudad de Buenos Aires «Conexión Saer», una muestra que exhibía libros, cartas, fotografías, pinturas, mapas y objetos de Saer, sumados a la producción de otros artistas y las lecturas de su obra hechas por escritores y críticos.
A pesar de vivir desde 1968 y hasta su muerte en 2005 en Francia y de su actividad docente en la Universidad de Rennes (donde enseñaría literatura hasta jubilarse), Saer vio de lejos y con reticencia el fenómeno denominado “boom” de la literatura latinoamericana, y volvió con frecuencia a la Argentina, país del cual nunca decía haberse ido del todo.
Enfermo de cáncer de pulmón, Saer murió en París el 11 de junio de 2005 y fue sepultado en el cementerio del Père-Lachaise, donde descansan los restos de escritores como Marcel Proust, Oscar Wilde, Georges Perec y Albert Camus.