Además de áreas actualmente protegidas, científicos de la UNL y el Conicet reconocieron otras que reúnen condiciones ambientales idóneas para 292 especies raras, de las cuales 17 están amenazadas.
Entender cómo y por qué se distribuyen las aves en el territorio es parte del desafío de la conservación. Investigadores de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Conicet utilizaron datos de distribución de aves de la provincia de Entre Ríos para construir mapas que identifican las áreas con la mayor cantidad de especies de aves y, también, aquellos ambientes que ofrecen características únicas donde habitan aves raras, algunas también amenazadas. Al comparar esta cartografía con las áreas protegidas que actualmente cuenta la provincia, se identifican lugares clave a priorizar en la ejecución de políticas ambientales para conservar la avifauna entrerriana.
El trabajo sobre la provincia de Entre Ríos logró precisar que existen 17 especies de aves amenazadas cuyas condiciones ambientales idóneas se encuentran con baja representación en las actuales áreas protegidas, lo que las deja en una posición de mayor vulnerabilidad.
“Buscamos indicadores, en mi caso las aves, que nos permitan a quienes trabajamos en biología de la conservación encontrar patrones de distribución en áreas con mucha cantidad de especies y darle elementos a las gestiones y a los tomadores de decisiones para la instrumentación de nuevas áreas protegidas, así como para efectivizar áreas que ya existen o que no tienen una categoría tan estricta de conservación”, explicó Juan Andrés Sarquis, becario posdoctoral en el Instituto Nacional de Limnología (INALI) dependiente de la UNL y el Conicet.
Pensar en escala
Los mapas generados muestran patrones, es decir el resultado de la aplicación de modelos de distribución de especies que analizan y procesan los datos disponibles de acuerdo a su georreferenciación. Entonces, una de las mayores limitantes es la disponibilidad de datos, sin embargo el INALI cuenta con decenas de miles de registros de especies en la zona del litoral y la mesopotamia, fruto de diferentes campañas de muestreo en los últimos 25 años del grupo dirigido por Alejandro Giraudo y Vanesa Arzamendia. A eso se suma el uso de bases de datos y colecciones de museos. Toda esa información se contrasta y valida para poder ubicar geográficamente a las especies, en el caso de Sarquis aves, pero el laboratorio también se ocupa de reptiles, con mayor énfasis en serpientes y mamíferos, especialmente murciélagos.
“Los modelos y los patrones que se generan se limitan a la escala de trabajo. No es lo mismo realizar modelos para Entre Ríos, que para toda Argentina o Sudamérica, por lo tanto las áreas prioritarias que se seleccionan dependerán siempre de la escala con que se trabaje. Es importante realizar modelos a escala provincial ya que la flora y fauna pertenecen a las provincias, pero también a escala nacional en pos de aunar esfuerzos entre las provincias con el fin de conseguir planes más integrales y eficientes de conservación”, detalló Sarquis, quien se dedica a la biogeografía de la conservación.
El trabajo de los científicos del INALI se orienta a trabajar en la cuenca del Plata, centrándose en los grandes ríos Paraná, Paraguay y Uruguay lo que implica reunir información de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, parte de Chaco y Formosa.
Cambio climático
El desafío hoy es pensar en áreas protegidas sabiendo que el clima cambia y que eso va a afectar a la flora y la fauna. “Sabemos que puede pasar y que puede ser significativo para muchas especies, pero no sabemos cómo se va a modificar la distribución de cada especie”, indicó Sarquis.
Según explicó el especialista, las posibilidades son muchas, porque las aves pueden adaptarse a los cambios y quedarse en el lugar o pueden moverse y buscar otros lugares con condiciones climáticas similares a las que tienen en la actualidad. Pero las distribuciones no dependen solo del clima, también podría depender de cómo afectan esos cambios a sus fuentes de alimentación, por ejemplo. “Si el ave se adapta pero el insecto o el fruto de la planta que come no lo hace podría verse seriamente afectada su distribución”, acotó y agregó que “en la medida que se pierden hábitats naturales por las actividades humanas, a las aves se les dificulta encontrar nuevos lugares con aptitud ambiental para sobrevivir”.
En este escenario, pensar en áreas protegidas que se encuentran en un lugar y que no pueden moverse es un desafío. “Hay varias estrategias que se pueden implementar, una es ir uniendo una serie de áreas –como un collar de perlas–, teniendo en cuenta las áreas priorizadas en nuestro trabajo que se encuentran linderas a los ríos para permitirle a las aves moverse entre las áreas protegidas existentes y las que se pueden establecer a futuro”, señaló.
“Si un ave habita en un área protegida del Paraná medio, y comienza a subir la temperatura y no se adapta, deberá buscar una temperatura a la cual pueda mantener sus condiciones de vida. Si en sus desplazamientos encuentra áreas naturales, protegidas o no, tendrá mayores posibilidades de sentarse allí”, ejemplificó.
En este sentido, Sarquis destacó la necesidad de que el conocimiento científico contribuya a las políticas de conservación ya que es necesario aprovechar los recursos de un modo estratégico. “No todo puede ser un área protegida, hay que saber qué áreas son prioritarias para ser protegidas de forma estricta, cuáles pueden permitir ciertos usos antrópicos amigables -como los Sitios Ramsar o reservas de usos múltiples- y en cuáles se debe disminuir el impacto agroecológico”, subrayó Sarquis y destacó la necesidad de pensar políticas integrales que permitan un buen uso de las áreas que no están protegidas.
El equipo de trabajo se encuentra integrado por Alejandro Giraudo, Vanesa Arzamendia, Gisela Bellini, Romina Pavé, Juan Andrés Sarquis, Eugenia Rodríguez y Carla Bessa.